El vacío y los besos
a Bahibak
Nuestro beso sin tregua suena a semen de pájaro. En las vías muertas, una mujer elefantiásica camina con sus llagas. Le brotan de la piel como nudos a un árbol maltratado. Nuestro beso resuena en el túnel y adquiere la dimensión del eco.
Las lágrimas ruedan y terminan por acaudalarse. Se oye el grito desesperado de la mujer que implora por alguien que la ayude a caminar. En el recinto combado no somos nadie. La palabra rompió el halo del silencio que arrastraba toda su vehemencia. Un poema resonó a lo lejos pero sus alas se quebraron contra los muros.
Las voces de horror reclamaron por una justicia que estaba lejos de este mundo. Pero seguíamos inmunes a nuestro alrededor, protegidos por un gran campo de espinas que era nuestro.
Alguien golpeó mi hombro y miró mi rostro ensangrentado. Cayó por el impacto en el fango. Miré su cuerpo cubierto. El pecho le cimbreaba en una danza ansiosa. Las huellas habían formado una maraña de pupilas.
Cuando giré la cabeza, tuve a la muerte ante mí. Los ojos se llenaron de esquirlas violentas. Mi corazón volcó toda su sangre en un recinto desconocido. Un tiovivo de círculos irregulares. El pecho desbordó de minúsculos roedores que carcomían todos mis huesos. El mundo salió de su eje y jadeó en giros de náusea. Todas las personas se aferraron a sus propios cuerpos. Caminaban en una borrachera insoportable. Grité un verbo frenético.
- Es simple transmutar una vida común y frenética en una prisionera del cuerpo, en el linde de la locura. Sólo basta con hallar el punto de vacío que se esconde entre frágiles velos. Agrietar la grieta.
El abrazo salvó mi vida de las aguas del vacío. Me daba nuevos aires, un hálito disecado. Nuestro beso sin tregua sonó a semen de pájaro.