Cadena
a las Musas olvidadas.
Parsila deambulaba contando los eslabones de una cadena. Devenía en sirena, en súcubo, en flor cárdena. Se sentó en un banco de parque. Las viejas jugaban a la canasta en un tablero de ajedrez. Los niños meditaban cómo la canica penetraría en la terrosa vagina.
Parsila canturreaba nerviosa. No veas a ese paisaje autómata. Contemos eslabones. Este es un pequeño mundo asesino.
El sudor de sus dedos titilaba. Uno, y el pánico se adueño de sus mejillas. La vista seguía posada con uñas y dientes en el primer anillo. El buitre tan temido. Uno… y cayeron las lágrimas. El llanto que ofrendaba el primigenio golpe de luz en sus ojos.
Parsila, mis mejillas tiemblan de un sudor ígneo. Quién dice eso. Parsila, no pases de ese eslabón. Tengo miedo. Miedo de pasar . Temo por nuevos escalofríos. Tengo miedo de la vida.
Parsila canturreaba nerviosa. No veas a ese paisaje autómata. Contemos eslabones. Este es un pequeño mundo asesino.
El sudor de sus dedos titilaba. Uno, y el pánico se adueño de sus mejillas. La vista seguía posada con uñas y dientes en el primer anillo. El buitre tan temido. Uno… y cayeron las lágrimas. El llanto que ofrendaba el primigenio golpe de luz en sus ojos.
Parsila, mis mejillas tiemblan de un sudor ígneo. Quién dice eso. Parsila, no pases de ese eslabón. Tengo miedo. Miedo de pasar . Temo por nuevos escalofríos. Tengo miedo de la vida.
No llores, mezquina. Contaremos más anillas.
Dos… y tembló su cuerpo. Vio brotar sangre de sus puños. Antiguas heridas de plomo.
Rogaba el alma de Parsila. Tengo miedo del olvido, tengo miedo de que otra vez me condenen al exilio.
No implores, taimada. Contaremos más anillas.
Entre la tercera y la cuarta el abismo fue helado. Algo abofeteó su rostro hasta dejar marcas indelebles. La náusea abisal de cada día, los pulmones incapaces de absorber aluna partícula de aire para hacerla vivir.
Cinco, seis, a la séptima tremoló. Parsila, el futuro, esa gran hydra que devora nuestro presente. Tené cuidado, el después.
No me infundas horror, pitia. Contaremos más anillas.
A la octava, el vórtice de terror la inundó con una marea repelente. Su pecho era agua nerviosa. Aferró , como pudo, las patas del banco. Volvía a ser feto, no vida, no.
Me destruís, Parsila. Tengo miedo de que me lastimen. Temo. No sé ver el mundo.
Sin hilo de voz, contó nueve. Su corazón se llenó de esquirlas exangües.
Por fin he vencido, tengo miedo de todo.