Abismo
(Esquivando baches)
“¿Eso que ves ahí?... ahí, en la verdulería…es un nabo. Ahora no se comen mucho los nabos.”
Cuando el mancebo asintió desganado, autómata, apoyando su pelo torvo contra las ventanillas rayadas del ómnibus, la vieja morisca, de caderas anchas de tanto parir hijos, reclinó su cuerpo de madre tierra hacia la delgadez extrema de la osamenta del muchacho.
“Sabés que me acuerdo de cuando vivía Perón… Uh, hoy hace un mes más que se murió Evita. Si los hubieses conocido, como yo… ¡Qué época!”
El hombre joven, ausente. Su mirada hermética recorría la anatomía vetusta y remendada de los asientos de cuero. El último objeto de su enfoque era la anciana que a su lado, parlaba como los solitarios en un advenimiento de verborragia, cuando fablan con interlocutores inanimados.
“…Pero el médico me dijo que me tenía que operar la cadera, porque viste, los achaques de la edad…uh, querido, cuando uno es viejo… la María me va a cuidar, porque vos no me venís a visitar nunca. Le voy a decir a tu papá que me compre los remedios.”
La mirada quemante del párvulo pariente lanzó rayos incineratorios a aquella mujer que parecía el útero de los dolores y los recuerdos ajados.
“Dejame de joder”. Trinomio infructuoso, homo spleenético. El vértigo del abismo que repulsa. Repentinamente, la carcasa del colectivo se movió sacudida por el golpe.
“Ayudame a levantarme, ya vamos llegando…¿es esta parada? Voy a preguntarle al chofer…” .
“Falta , señora, ya me preguntó diez veces, siéntese”.
El joven , crispado, optó por intentar dormirse. Otra vez sintió el vértigo del bache que el ómnibus no esquivó.
“esa es la casa en que vivíamos cuando el abuelo y yo vinimos a Capital… uh, qué vieja está, ¿quién carajo es el inquilino que no la cuida?, hay que matarlos a todos. En este país nadie quiere hacer nada.”
Silencio. El párvulo exasperado o ya en otra capa de pensamiento, se para como una tromba, atropellando objetos, cuerpos, miradas inquisidoras. Ante los gritos persistentes de la vieja clamando ayuda para incorporar su fisonomía ruinosa, el joven la sacude y la levanta de un tirón. Inescrutable , espera. El timbre. Ambos bajan, uno haciendo un rictus penoso, escapista, dos, inmiscuyéndose en el entrecejo y en las espaldas de uno, tratando fútilmente de obviar el abismo, como siempre.
4 Comments:
No es la guerra del cerdo, sino la del nabo.
Al parecer, el único con filosofía imperturbable como para caminar por el tiempo sin abismarse es el chofer. Dueño de un mundo conocido, previsible.
Agrádame su prosaico estilo de adjetivación redundante, barrosa...
Te dire lo que pienso.., pero en privado.
Saludos superlativos.
tá lindo!
muy bueno!! me provoca una mezcla de gracia con melancolia.
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