martes, diciembre 27, 2005

Filius, mater et spiriti sancti

Añicó el papel con turbulencia. La plegaria se confinó en su acordeón de sintagmas falsarios. “Necesito de la muerte, por favor”. Gime sobre las polleras rancias de alguna virgo olvidada. Los ojos del ícono revelaban puntillas de ex agua barrosa en las mejillas marfil. “Necesito morir”. Tras una puerta, otras imágenes mortecinas giraron sus rostros arcillosos de ocres colores hacia allá. “Me ignoran, libertad”. La circunferencia del rostro se llenó de sombras. “Libertad, me ignoran”. La virgo perversa se subió la pollera y mostró su apócrifo himen carmesí. “Libertad, me atan”. Las estatuitas de la otra puerta tenían muecas en las bocas de dientes de madera. Los ojos de la doncella se posaron en la verga del santo vecino. “Soledad, libertad, conjuran contra mí”. De las manos de la plegaria fragmentada salía sangre púrpura. “Me atan, libertad”. Las miradas de los íconos apresaron su garganta hasta destrozar la glotis. La punza traspasó las vértebras. La boca escupió tanta sangre que manchó las paredes, el cielorraso de rocallas y mutiló todas las cabezas de los santos dioses. Todos cayeron decapitados.

viernes, diciembre 23, 2005


La escalera

“´Talia saecla´ suis dixerunt `currite´ fusis concordes stabili fatorum numine Parcae » .
(Virgilio, Égloga IV)

Colocó la flamante escalera en aquel sitio esplendente y subió con todo su leve peso. Se deslizaba maravillosa e ingrávidamente, zigzagueando con su etérea figura de gacela.
Los pasos resonaban con una música lene, dúctiles a las modulaciones de sus piernas majestuosas.
Los peldaños de tersa madera, recios, miraban su entrepierna entre embelesados y trémulos por el húmedo fuego (roscida mella) del claro.
Arriba, la esperaba. El rostro resplandecía, iridiscente. Sus manos colosales y tórridas la ciñeron por la cintura y se aferraron herméticas. Por otra parte, sus manos pequeñas lo tomaron del rostro y se besaron largo tiempo, luchando por unir sus espléndidas carnes.
Todo dolió.
Una vez retornó. Sus no ojos no jubilosos solo emitieron un no tenue no fuego. Aquél no ámbito no joven se reveló no radiante. Su no leve peso dificultaba sus pasos que rechinaban con una no lene no música , no dúctil.
Divisó la escala no tersa, no joven , no inerte a la acción de la podre. La corrosión la había orlado de no bellas perlas negras.
Considerando nada (nada) posó sus no etéreos pies sobre el no primer peldaño que emitió un no muelle grito. La estructura no firme sufrió sus no primeros temblores de fiebre. No vaciló y continuó no bajando. Al llegar al no final de la escalera no diáfana, su no ligero cuerpo se movió no sacudido por todo el estandarte. Las maderas no seguras crujieron no apagadas y todo se partió y cayeron los tres al no suelo no espejado.
Por sus bocas, la sangre manó alocada.

lunes, diciembre 12, 2005



NEPENTA

La nepenta de las selvas es una planta trepadora , cuyas hojas forman una cavidad provista de una tapa de colores muy vivos. Las hojas de la nepenta segregan sustancias muy dulzonas; los insectos que se acercan a ella quedan aprisionados por la tapa, que se cierra al menor contacto”. ( De plantis)


“No sabés, Cholita… El Juancito, viste, el hombre ese, que tiene la casita enfrente de la verdulería de Cacho, el otro día estaba con una jovencita , muy mona ella, con uno de esos vestiditos de macramé y arriba una chaquetita rosa. Para mí que es la amante, porque venían muy juntitos… hasta entraron el casita de él. Yo no sé , me parece que hasta hace poco andaba con otra. Yo los veía desde mi ventana, cuando tomaba mate por la tarde. La Rosita, que viven en una casa vecina también oyó gritos adentro. Este Juancito es un caso perdido, yo no sé qué pensar con un vecino como ese, que trae tantas mujeres. Desde que la esposa está en el interior ya no es el mismo. Igual, hay que callarse la boca”.

Comadres, plañideras, éstriges, parásitos que se alimentan de retazos de historias ajenas para llenar sus vacíos estómagos, sus vacíos retazos de historias, cuyo placer más dilecto consiste en extraer sillas de sus cuevas a las aceras devastadas y pulcras por mil escobazos a las siete de la mañana, con una pava herrumbrada en una mano, y un mate de plástico verde, o astillado o de metal, o de porcelana con alguna leyenda de balneario.
Instantáneamente, inician el rito de la libación, y con sus estambres pringosos, y su aspecto vegetal, aferran al hombre libre que se les aproxima con saludos. La productiva ronda carnívora, útero y semen de historias rosas, asesinas, urticantes, termina de disecarlo.
El referente, esquivando infructuosamente la trampa, muere baleado por las miradas inquisidoras de las gorgonas, que desde su vereda impasible, único espacio del universo, lo miran equinamente con las víboras de sus cabellos domadas por multicolores ruleros y una tela de red.
A veces sacan sus tejidos, y como vetustas Penélopes tiñen al privado de su privacidad de sus más recónditos deseos de mujeres insatisfechas. Porque en el pecho de Doña A, o de Doña B, bulle el ardor por extender sus piernas en torno del torso de Juancito, bulle el ansia de convertirse en una ignota Emma Bovary, bulle el afán de extirpar esa vida vacía, condenada a la simpleza.
Y cuando viene el fresco de la noche, las sillas siguen atadas al mismo suelo y el conciliábulo se diluye por unos instantes, en que las participantes y los participantes son engullidos por sus grutas de mobiliario pegajoso y cubierto de nailon amarillento, y cuadros con un payaso que llora y una bailarina extática en su baile luctuoso, para luego salir con un abrigo hasta que las velas no ardan, y hasta que hartas de sangre ajena, se retiren a invernar.