martes, marzo 21, 2006

Umbra



Su sombra cruza” (Aleixandre, Olvido)


Te condeno a ser sombra” , masculló la voz altisonante . La sentencia la horadó.
La sombra meditó sobre su cuerpo evanescente, el latido tenue del corazón como una flama oscura y turbia. El magnetismo de la identidad movido por hilos temibles. La dependencia fútil a un cuerpo ignoto. Un cuerpo que jamás podría ser el suyo. Imaginó la voz reducida a un eco lastimero y lejano. Su apariencia parasitaria. La vida en el subsuelo.
Un día, se le presentó la materia. Un impulso la llevó a sus pies. Ahora era diurna, víctima del sol, de las luciérnagas, de los centelleos, un artificio de la noche. Por las aceras, oscilaba al antojo de un péndulo infausto.
Sorbida en la forma, moldeada por un orfebre despótico repudió aquella cópula inútil. Deseaba una vida independiente.
La sombra , acorralada, decidió morir. Intentó encerrarse sobre sí misma, pero su piedra la arrancó del letargo. Una inexplicable fuerza la oprimió. Seguía adherida.
A fuerzas de asfixiar, resquebrajó la maqueta. Los trozos cayeron huecos, los ojos, vacíos . Toda su extensión anegó aquellas venas hasta que brotó la ceniza.

miércoles, marzo 08, 2006

Arabescos



a Afekrishalehou

Traza un círculo. Traza un romboide. Traza bisectrices. Raya. A lo lejos, el croar de las galletas. A lo cerca, el crujir de la seda. El té humea y el viento vuelve al humo cimbreante. La tía cuando camina por el sendero de barro cimbrea sus caderas antiguas. Tiene las articulaciones entumecidas por coser en su silla de pana roja. Traza . Raya. Traza. La revista Labores tiene olor a humedad. Deseaba los vestidos acampanados de los años felices y los maquillajes tersos. El té tirita por un mal movimiento. El olor a membrillo mancha los dedos y la ropa. Los ojos están muy por debajo de las faldas. Las pestañas inocentes tienen gruesas legañas por malos sueños. La señora lee un libro de frases . A veces, les dice apotegmas. Bias de Pirene y los seis sabios, desechados. El sintagma es bello , pero no por los arabescos que teje en la página. El sintagma es bello por los arabescos que teje en las cejas. Gira los ojos contemplando el himen del globo ocular. Ciega como el poeta. Tiene los dientes encimados, en una línea ondulante. La voz suena como un gozne mal aceitado: "soledad: qué eufemismo para encubrir un estado indigno".
Su cabeza cae derrotada. No entendemos si ha muerto o está en estado letárgico. La tía a veces no se entiende.
La voz rebota contra la pared blanca. Potentemente, la bala se incrusta en las sienes.
Todos se interrogan por qué se sienten tan abatidos. Los ojos legañosos, gimen. No hay sangre, solo agua turbia.

sábado, marzo 04, 2006



Leopoldina

El comisario retirado volvía a golpearla. Duro. Silente. Golpeaba como golpeaba a los reos de su barriada. Golpeaba como golpeaba al ganado. Golpeaba como golpeaba a Palmira, su mujer estéril. Golpeaba y Leopoldina aguantaba. Leopoldina tenía el cuerpo cosido a vergajazos de cinto. Soportar al déspota. Soportar hasta que el día se entreabra.
Los recuerdos de su madre venían nubosos. Recordaba cuando ella se lavaba cerca del marjal a la vista del comisario. Recordaba al comisario tanteando los pechos desnudos de su madre. Desde su alma, la rabia infectaba sus venas.
La remembranza de su vida núbil arrasada, le fulminó el pecho. Otro latigazo la abatió. La madre huyendo con el austríaco. Ambas desoladas, barrosas, llorando a la vera de la casa , en el medio de la noche.
Leopoldina mira las venas de la lluvia por los vidrios estrechos. En sus oídos, aún resuenan los golpes. La mano amoratada, recorre el curso irregular de las gotas. Alguna vez esas lágrimas llevaron su sangre, cuando era fuerte.
Las chispas siguen un curso ramificado, desaparecen. Son devoradas por la cruel superficie . Otras nacen del cielo y vuelven a morir. Implacable, el trueno rompe con el diapasón del llanto. Afuera, el muelle soporta. Impertérrito. Soporta los gigantes sollozos. Soporta la intemperie y la población de insectos que se dispersa.
Él vendrá a oprimirle el pecho. Lo intuye. Acudirá a tomar su garganta. Su hermana dará vueltas en la cama, y se tapará el rostro. Formará un recinto combado.
Las paredes de cal desvaídas, las maderas de pinotea, el cielo raso entreverado de vigas laten como un pecho agitado. Sentada en el catre, los ojos resplandecen. Siente sus pasos por la galería. Piensa en la noche estrellada de las chapas. Piensa en sus correrías de niña. Repentinamente, las sucias manos le tocan los pechos, se arrastran por su vientre , desembocan entre los muslos. Ya no oye los jadeos. Toda la tempestad ha pasado. Su vida tornasola.
La noche es una oscura luciérnaga.